Señor, apiádate de nuestros hermanos japoneses.
Confórtalos, Señor, en este desastre.
Se su roca, cuando la tierra no deja de sacudirse,
y refúgialos bajo tus alas, cuando sus casas ya no existan.
Envuelve en tus brazos a los que murieron de repente este día.
Consuela los corazones de los que lloran
y alivia el dolor de los que están al borde de la muerte.
Traspasa, también, nuestros corazones con tu compasión,
nosotros, los que miramos desde lejos
como los más pobres de este lado de la tierra
encuentran sólo miseria tras miseria.
Sacúdenos este día a actuar con presura,
a dar cada día con generosidad,
a trabajar siempre por la justicia,
y orar sin cesar para aquellos sin esperanza.
Y una vez que los temblores hayan cesado,
las imágenes de destrucción hayan dejado de ser noticia,
y nuestros pensamientos vuelvan a las preocupaciones de cada día,
no olvidemos que somos todos tus hijos,
y ellos, nuestros hermanos y hermanas.
Todos obra de tus manos.
Porque, aunque se muevan las montañas y se destruyan las colinas,
tu amor nunca nos abandonará,
y tu promesa de paz nunca cambiará.
Nuestro auxilio está el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y siempre. Amén.